Quizás no es tan insípida

Había logrado convencer a mis buenas amigas para salir esa noche. Con apenas 21 años y esas ganas de comernos al mundo empieza el trajín. En mi afán de lucir perfecta combino cautelosamente mis zapatos de tacón alto con ese top color champagne que se ciñe a mi silueta, unos jeans para contrastarlos y como toque final una larga melena que cae enmarañada sobre mi espalda.

La noche apuesta por una larga faena de baile. Estando en el bar resulta inevitable alzar nuestras voces para poder escucharnos reír con esa gracia que caracteriza nuestra juventud. Nos mofamos de esa chica de la universidad que se creía la guinda del pastel, siempre recalcando que el nombre de su perfecto novio Mikell se escribía con K y que era un rubio joven empresario extranjero que la llevaba a conocer lugares de ensueño cada fin de semana. Podríamos durar horas hablando de la suertuda de Angela y de su estúpido romance que en el fondo nos carcomía de envidia.

El alcohol ya empezaba a surtir efecto, poco a poco iban llegando a la barra varios especímenes masculinos que sin ninguna posibilidad intentaban agradarnos con su falso carisma, todo parecían iguales, nos rodeaban como una manada de lobos hambrientos. Aun así las chicas y yo siempre encontrábamos la manera más elegante de escabullirnos entre la multitud y refugiarnos a salvo en algún rincón del oscuro lugar. De repente sentí la fuerza de una mirada penetrante que congelo mis huesos, un hermoso ejemplar que destacaba entre la multitud y cuyo nombre se escribía con K está sentado en la barra, parece triste, hundido en su miseria y un tanto perdido. Inmediatamente miro a mi alrededor buscando la figura insípida de Angela, asumo que debe estar como siempre pegada a él sin dejarle respiro. Sigo mirando sobre mi hombro durante un par de minutos. Me regocija pensar que tal vez me he equivocado, Mikell no trae a la sanguijuela pegada al cuello y quizás son los efectos del vodka pero siento que no deja de mirarme como una fiera herida buscando salvarse. Esta vez no quisiera escapar.

Sin pronunciar palabra me toma de la cintura separándome del grupo. Cómplice de sus intenciones suenan las mejores canciones de la noche y yo tengo el enorme placer de bailar junto al hombre más deseado del bar. Mis movimientos le hacen seguirme una y otra vez.

Nunca habíamos sido presentados. Pienso que quizás la tonta de Angela temía compartirlo, puede que tenga razón!, si fuese mío tampoco me arriesgaría. La curiosidad me obliga a preguntarle por ella, me responde inexpresivamente: – Hemos terminado. Por dentro salto de alegría pensando que puedo tener una oportunidad. Yo también merezco algo de romance, no es justo que la simplona de Angela lo tenga todo. Decido no pensar más en ella y disfrutar del momento.

Los minutos pasan de prisa. Mi amiga Laura me indica que ya es hora de marcharnos. No quiero irme, al menos no con ella,     pensé. El señor misterio pronuncia su segunda frase en toda la noche y se ofrece a llevarme a casa. A Laura no le parece buena idea, pero que sabrá ella?, seguramente ahora su envidia se dirige hacia mí por ser la afortunada de la noche. Hago caso omiso a sus reproches y me alejo tomada de la mano de Mikell.

Vivo a las afueras de la ciudad, tomamos la vía rápida y por la hora no hay más conductores de que preocuparnos. De pronto Mikell recibe un mensaje de texto. Logro mirar discretamente la pantalla de su móvil y alcanzo a leer que el remitente apodado como “Mi Angie” le ha escrito TE NECESITO AHORA. Sonrió hacia mis adentros pensando en la pobre tonta que se quedara vestida y alborotada. El “ahora” está conmigo.

El hermoso rostro de Mikell se transforma, su respiración se agita y se encierra absorto entre sus pensamientos, le pregunto si se siente bien pero no me responde. De pronto se detiene en medio de la nada y comienza a llorar, me pide que por favor salga del coche. Pienso que está bromeando, como va a pretender que me quede aquí sola a esta hora?. Una aterradora sensación se apodera de mí. No conozco para nada a este hombre. He sido una tonta al no haber regresado con mis amigas. Mi cabeza sigue gritando reproches y mis ojos observan a un “no tan perfecto” Mikell que sigue insistiendo en que no puede llevarme a casa porque debe regresar a la ciudad.

Tiemblo entre la rabia y el miedo, me encuentro sola a la orilla de una carretera por donde no circula un alma, lloro sumergida entre la angustia y desesperación. Los minutos transcurren como largas horas y Laura acude a mi rescate, nunca había estado tan feliz de verla. La abrazo fuertemente y voy todo el camino sollozando sin parar.

He terminado con los hombres perfectos.

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